DÍA DEL LIBRO: NANI Y PEPA

23-07-2020

Nani es una perra mestiza, blanca con manchas negras, o negra con manchas blancas, según a quién se pregunte el dato. Es adoptada aún cachorrona, no llega a los cinco meses cuando Alicia se tropieza con ella, toda ojos negros y saltos y nervios, y decide llevarla a casa. Allí Nani conoce a la que va a ser su familia humana, compuesta por dos adultos y dos niños.

        En su primera semana sin barrotes, Nani es la gran estrella de su nuevo hogar. Los niños se tiran al suelo y dan vueltas con ella en brazos, se corretean y buscan todo el rato, le tiran la pelota y le intentan enseñar a hacer esto y aquello, con escasa suerte, todo hay que decirlo, que Nani, aunque pequeña, es todo un carácter. Cada noche terminan extenuados, niños y perra, y los adultos se felicitan y convienen que ha sido un acierto adoptar a la temperamental chucha.

        Pasa un mes y la atención sobre la mestiza se hunde por días. Los juegos con los pequeños se reducen a unos pocos minutos, las lecciones se han dado ya por un reto imposible y los paseos pasan de tres diarios (y largos, unos señores paseos) a uno y visto y no visto. Los humanos han adecuado una zona en el balcón para que Nani haga sus cosas (para que cague y mee, vamos, que otra cosa la perra blanquinegra no tiene previsto hacer) y esta ya no espera a bajar a la calle para aliviarse. Cuando le viene a bien, ella va y se relaja. Un par de mojones por aquí, un charquito maloliente por allá, y así.       

        Pasa medio año y nadie se acuerda de Nani si no es para quejarse de lo trasto que es. Que si se comió medio libro de texto, que si se meó en la colcha que estaba arremolinada en el suelo, que si por la noche ladra al menor ruido de la calle (hace meses que duerme en el balcón), que si esto que si lo otro.

        No alcanza el año en familia cuando Nani es devuelta al refugio. Una atribulada Alicia vierte un par de peregrinas excusas y desaparece, sin mirar siquiera a la perrilla, que la observa  cerrar la puerta rauda y desaparecer para siempre.

        Pepa es una perra mestiza, blanca con manchas negras, o negra con manchas blancas, según a quién se pregunte el dato. Es una perra crecida, va para seis años ya, y ha pasado casi toda su vida en el refugio. Es nerviosa y juguetona, un remolino de ojos tristones. Juana se enamora de ella nada más verla y se la lleva a casa.

        En el hogar de Juana conviven, a saber: dos gatos, un vencejo (un habitante pasajero que espera eche a volar tan pronto como crezca un poco) y otro perro más, Cantinflas, al que llaman de todo menos por su nombre, que no sabe Juana en qué hora se le ocurrió ponerle Cantinflas si nunca le dice así.

        El perro multinombrado es reticente a compartir comodidades con la recién llegada y pasa un par de semanas malencarado, pero a base de paseos en común, juegos, algún regalito y mucha paciencia da por fin la bienvenida a la mestiza al clan, para alegría de la dueña de la casa y de todos en general.

        Juana trabaja de noche y anda siempre arrastrando su cuerpo más que otra cosa, pero se avía para mantener un horario fijo de tres paseos al día, y la pandilla no suele causar ningún estropicio importante (algún pequeño robo o algún trasteo inesperado de cubo de basura, poca cosa).

        En los años que siguen, Pepa acompaña a Juana en todo tipo de acontecimientos, por citar alguno: ruptura con novio inmaduro pero guapísimo, pérdida de la gata y encuentro de la misma días después, despedida del trabajo, ruptura con novio inmaduro y tirando a feo y un largo etcétera.

        Juana no concibe su vida ya sin la perrilla mestiza, pero los años pasan y Pepa se hace mayor, muy mayor. Sus "momentos remolino" son cada vez más espaciados y comienza a reunir un achaque tras otro, hasta que no se pueden contar ni con los dedos de dos pezuñas.

        El día que Juana lleva a Pepa al veterinario para despedirse de ella no encuentra consuelo. Acaricia sus manchas blancas y negras mientras la poca energía que le queda a la anciana se difumina. Adiós, Pepa, gracias, bonita. De camino a casa las llamadas de los amigos. Que si ha tenido una buena vida, que si ha sido la perra más feliz del mundo, que qué buena era Pepa, y qué querida, que si esto, que si aquello.

        Al llegar a casa, Cantinflas se acerca a ella, como interrogando. Juana deja el móvil atestado de mensajes en lo alto de la mesa. Mientras se recuesta en el sofá, una pregunta le viene a la cabeza. ¿Qué nombre tenía Pepa cuando la recogí? No me acuerdo ya. Ah, sí. Nani, Pepa se llamaba Nani.